Adiós, mi gato vikingo.
Empieza a saborear la esencial soledad de la condición humana; las estaciones cambian, el tiempo pasa y los seres a los que amamos se van de nuestra vida. Me gustaría escribir algo muy profundo, algo que lograra siquiera esbozar los 8 años que pasaste conmigo, pero estoy segura que me quedaría corta. Hice todo lo […]
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- Mamá gato
Empieza a saborear la esencial soledad de la condición humana; las estaciones cambian, el tiempo pasa y los seres a los que amamos se van de nuestra vida.
Me gustaría escribir algo muy profundo, algo que lograra siquiera esbozar los 8 años que pasaste conmigo, pero estoy segura que me quedaría corta.
Hice todo lo que pude, hicimos todo lo que pudimos, el dinero no fue obstáculo, estábamos dispuestos a endeudarnos si era necesario, estábamos dispuestos a que nos odiarías por darte la medicina a tus horas, pero supongo que aveces, simplemente no se puede.
Tal vez, lo que más lamento de tu paso al bardo, es la incapacidad para comer que la enfermedad puso sobre ti, me hubiera gustado atiborrarte de tus comidas favoritas antes de verte partir.
Al menos, pude abrazarte, acariciar tu frente y tu barbilla mientras te ibas y la luz en tus ojos -¡lo juro!- se apagaba, dejándolos como dos canicas en penumbra.
Claro que voy a extrañarte, sabía que este día iba a llegar, todo es impermanente, sin embargo, permanece en mi tú recuerdo y tus enseñanzas.
Me enseñaste a ser un vínculo irrompible entre personas, me enseñaste que incluso los gatos viejos pueden cambiar, adaptarse y reinventarsase, aprendí que eso no significa que dejes de ser tu mismo, que aceptaras otros gatos e incluso otra casa no cambio en ti tu carácter guerrero, decidiste que sí esta iba a ser tu nueva casa, te harías respetar en tu nuevo territorio, no era raro que regresaras lleno de espinas, con alguna pata lastimada, con alguna mordida. Aprendí que no se puede encerrar a quien no lo desea, intente mantenerte en la casa y encontraste la forma -aún en estos días de convalecencia- de huir a las azoteas. Supongo que para ti, el calor de una casa no se comparaba al calor de las estrellas o al sonido del viento.
Fuiste mi gato más vikingo, mi gato más gato, el único que cazaba y daba rondas por la colonia. Lo traías en la sangre y no pude quitártelo, ni siquiera esterilizandote cuando eras un gatito de meses y cabías en mi mano.
Fuiste tan bueno gato, que hasta mi mamá -que odiaba los gatos- te extraño cuando te lleve conmigo y albergó durante un tiempo, la idea de que te regresara, porque «yo ya tenia otros gatos», lo que no entendía, es que tú, eras MI gato, solamente nosotros nos entendíamos.
Me quedó con la cicatriz que me hiciste en la muñeca izquierda y con aquel sueño:
Estaba acostada durmiendo plácidamente, cuando un ruido me despertaba, sobre mi cama había plumas de muchos colores y el sonido incesante de aleteo, no me daba miedo ni asco, te miraba quitarle las plumas al ave -como te mire realmente en otra ocasión-, de repente, posabas tu mirada ambarina sobre mi, estaba segura de que ibas a decirme algo, estaba segura de que sabias el secreto del universo. Pero desperté antes de escuchar tu mensaje.
Estoy segura de que eras mi animal de poder. Tú no eres/eras sólo mi gato, eres mi tótem.
No sé que ibas a decirme, pero el tiempo que te sostuve en mis brazos, te susurraba que te tranquilizaras y te dejaras ir. Hace algunos días tuve esa visión -lo admito, el lsd tuvo mucho que ver- de que la muerte es parecido a sentirse una gota de agua que cae, romperse e integrarse con todo. Al principio da miedo, uno no quiere integrarse con «todo» ni con «todos», pero cuando te tranquilizas y te lo permites, te das cuenta de que es lo más natural y lo más hermoso.
Ahora, más que antes, estas en mí.
Te quiero mi gato vampiro.

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