Blade runner tiene mi edad
No busco hacer una sesuda reseña sobre «Blade Runner 2049», hace algunos años que abandone ese camino amargo de la crítica. Solamente quiero, igual que cualquier replicante o humano, cerrar mis círculos, porque algún día estos pensamientos también se perderán como lagrimas en la lluvia.
El año en que yo nací se estrenó Blade Runner. Yo no sabía eso el día que desvelándome como buena adolescente preparatoriana me la encontré en el canal 22 o TV Unam. Aunque la trama y sobre todo lo «extraño» de la película me atrapo y me hizo terminarla, admito que esa primera vez no entendí muy bien que carajos era lo que acababa de ver.
Pero sucedió algo que no me había pasado con ningún otra película, a pesar de no entender, la sensación de pesadez, de desolación, de compasión por Roy Batty (al diablo Deckard) hizo un nidito en mi corazoncito adolescente y me volvío emo.
Jajajaja #NoCierto, no me volví emo, pero si hizo click con mi propia soledad ontológica, que pesa tanto cuando uno tiene diecitantos.
Obviamente la volví a ver después y empece a escarbar en todos los datos ñoños que cada obra maestra encierra, que si el Cyberpunk, que sí las siete versiones, que si Deckard es un replicante, me aprendí las respuestas al test Voight-Kampff, me leí el libro (y no me gusto, aunque hace poco estaba pensando que tal vez como estaba pirateado, la traducción era un asco, debería releerlo, en físico o bajado de amazon, como gente decente) y hasta pensé en tatuarme un unicornio de origami.
La he visto innumerable cantidad de veces y en cada década, la película crece conmigo y me cuenta otras cosas.
La última vez que la vi ha sido mi favorita, una noche de verano con clima perfecto, montamos un cineclub improvisado para dos en la azotea; probablemente fue después de alguna de mis fiestas de cumpleaños, pues teníamos un proyector prestado, una bocinas chidas y donde acostarnos. Así en formato monumental, le presente Blade runner al Sr. Zorro, que la veía por primera vez. Recuerdo haber tenido una de nuestras platicas filosóficas al terminar y una vez más, acabar sorprendida y enamorada de ella.
Si bien, al principio, hubiera querido encontrar la forma de que Roy viviera para siempre o por lo menos, obtuviera la fecha exacta de su muerte, en la treintena ya entendía la belleza del «Is time to die» y el hecho de que nada lo volvía tan humano, como compartir con nosotros la incertidumbre de nuestro destino: no sabemos ni cómo ni cuando nos tocará pronunciar nuestro soliloquio. Esperemos al menos, contar, como Roy, con alguien que lo escuche.
Según la película, Roy nace un 8 de Enero del 2016 (igual que Bowie y Stephen Hawking, curiosa y maravillosa ¿coincidencia?) y muere en 2019; un año después de su «nacimiento» y 35 años después de su muerte, llega la secuela de Blade Runner a los cines.
En esta época en la que las secuelas de películas y series tienen fechas de estreno hasta de 4 años, hay que festejar cada que alcanzas una, pues siendo sinceros, no son pocos los que como cualquiera de nosotros, da por hecho que va a estar aquí en cuatro años, viviendo, envejeciendo, gastando el tiempo en ver series y películas, haciendo «corajes» porque las adaptaciones son un asco…y resulta, que ya no están.
Festejando, pues, que aún sigo aquí, el domingo fuimos de pololos a ver Blade Runner 2049. Aunque claro que tengo mis quejas, son más los halagos para la película, sobre todo, mantener viva esa aura, ese ambiente de desolación de la primer cinta. Ese sentimiento que se filtra sin escalas a mi corazoncito de Sra. Gato para volver a destapar los milagros de la vida.
Creo que no deben perder la oportunidad de asistir a esta cita histórica, como comente a unos amigos en un post de Facebook, es mil veces mejor ir y enojarse porque no les gusto, que no ir y después verla en sus pantallitas y descubrir que la amaron y que ahora tendrán que esperar años a que se vuelva a re-estrenar o que se incluya en algún ciclo de la cineteca o algo así.
La verdad, yo quede muy a gusto con la dirección de Denis Villeneuve, que el año pasado entrego la maravillosa Arrival (¿no la han visto? dejen de leer esto y vayan a verla), con el guión de Hampton Fancher (que también participo en la primera) y Michael Green, con las actuaciones (por cierto, quedamos enamorados de Ana de Armas, al grado que en ratos nos preguntábamos si no estaba hecha con CGI, ¡Ah, what a time to be alive! , podemos confundir seres humanos hermosos con animaciones CGI), con la música.
Y claro, claro que tuvimos nuestra platica filosofica-existencial después de verla, pero para evitar spoilers no diré nada aquí -todavía-, aunque, la verdad, eran más preguntas que respuestas, el hecho es que parece que necesitamos muchas películas de robots existencialistas para ayudarnos a vernos en ese espejo, para apreciar nuestra complejidad que se nos olvida en el día a día enterrados bajo memes, en lo milagroso que es el cuerpo humano por sí solo, el de todos, que es capaz de generar en un órgano (el cerebro) conceptos sobre trascendencia, controlar la fabricación de hormonas para materializar sentimientos como el amor, el miedo, la alegría, la tristeza, el odio…
En fin, no se hagan de rogar y vayan al cine, arriésguense a que no les guste, no sean miedosos.
¡Ah! Y vean antes los maravillosos cortos que salieron previos al estreno, en especial la joya que hizo Shinichirō Watanabe (exijo toda una serie de Blade Runner en anime).
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