Drogas durante mi embarazo
Cuando uno dice «soy drogadicto» suena súper rudo. Para los que vivimos nuestra adolescencia en los noventas implica vivir bajo el miedo de que tus papitas tuvieran cocaina en vez de sal, que te regalaran estampitas con ácido afuera de la escuela y que te ahogaras en un río por fumar marihuana (según los comerciales […]
Cuando uno dice «soy drogadicto» suena súper rudo. Para los que vivimos nuestra adolescencia en los noventas implica vivir bajo el miedo de que tus papitas tuvieran cocaina en vez de sal, que te regalaran estampitas con ácido afuera de la escuela y que te ahogaras en un río por fumar marihuana (según los comerciales de Vive sin drogas), pero al mismo tiempo, en todas las reuniones familiares había tabaco y alcohol y empezamos a tener acceso a películas y libros en donde el drogadicto era una especie de antiheroe, de maravilloso personaje nihilista que escogía la autodestrucción como en Trainspotting o en Réquiem For a Dream.
Siempre he dicho que igual que los adolescentes de ahora, nosotros fuimos estupidos e irresponsables y tenemos mucha suerte (igual que los de ahora) de no habernos muerto o haber jodido nuestras vidas de forma irreparable por nuestras malas decisiones.
Yo hice casi todo a los 16: empecé mi vida sexual, empecé a beber y probé por primera vez una droga ilegal.
Tuve suerte en todas, aunque siempre use condón y tuve una sola pareja, estoy segura de que muchas veces lo usamos mal, beber era sinónimo de ponerte muy borracha, no de pasarla bien, así es que tuve suerte de no haber broncoaspirado algún vez o de haber sido violada cuando lo hice en lugares poco seguros (como las fiestas de ingieneria). ¿Y con la marihuana?
La primera vez que fume, seguramente lo hice mal, pues no sentí nada (aunque fingí que sí) y tuve suerte de no toparnos con un policía, pues eran las 2 am y estábamos fumando en el callejón de San Francisco.
Paso un buen de tiempo para que me animara a usar algo más que marihuana, además de que aprendí cómo hacerlo bien y otras formas de consumo. También aprendí el control de riesgos y tuve un susto horrible con el crimen organizado (los policías) que me hicieron ver que lo estaba haciendo mal.
Finalmente tuve acceso y me anime a probar otras cosas: cocaina, gomas de mezcalina (peyote), lsd, mdma, dmt, hongos.
La primera vez que probé la cocaina no me gustó su efecto, entendí que yo era de esas que prefieren lo hippie, lo que me deja un aprendizaje (o al menos para mí lo es, o una experiencia vivencial) después del consumo, que si bien es recreativo también aporta algo a mi forma de ver el mundo.
Así, la primera vez que consumo peyote, sentí la interconexión que tenemos con el planeta (hippieeee), la primera vez que consumi lsd aprendí que lo que llamamos «realidad» es algo que depende mucho de lo que nuestro cerebro percibe, cuando consumí hongos (una de las experiencias más bonitas que he tenido) sentí mi conexión con los demás y conmigo misma, empecé a creer que de verdad la energía que nos mueve como especie es el amor (hippieeeeeeeeeee), con el mdma, aprendí a eliminar las barreras y a sentir empatía y compasión radicales y con el Dmt, bueno, ya que chingaos, sé cómo suena: aprendí que hay otras dimensiones y que tal vez la única puerta para acceder a ellas es nuestra glándula pineal.
Curiosamente, el camino que he recorrido como aprendiz de psiconauta, siento que me han hecho una persona más empatica y de alguna forma, me llevaron al Budismo en donde para mí sorpresa había muchos conceptos con los que yo había conectado durante mis trips. Como la vez que entendí en un viaje de lsd lo que era la muerte o cuando aprendí a amar, respetar y desear el bien de forma tan sincera que me conmovía cuando anduve en Molly en un Corona Capital (y que básicamente es una enseñanza fundamental del Budismo, ecuanimidad y empatía por todos los seres sintientes)
Estoy tentada a decir que incluso me han vuelto mejor madre, pues mis crías ya no van a poder mentirme en estas cosas (como cuando mis papás creían que todos los marihuanos eran gente agresiva, cuando realmente no sé cuántas veces estuve realmente Pacheca en mi casa con ellos y ni en cuenta). Admito, que igual que la sexualidad, creo que el uso de drogas legales e ilegales es un tema que no debe estar del lado del prohibicionismo, sino de la información y el control de daños.
Pero mi cría aún ni nace y como en todo, puede que me equivoque y lo heche a perder y necesite años de terapia para superarlo…
Lo que si puedo contarles es como ha sido mi uso de drogas durante el embarazo.
Y probablemente igual que algunos mal pensados creen que estoy hablando sobre el uso de drogas ilegales…es una concepción muy generalizada y triste: «si ella usaba drogas antes del embarazo, de seguro no podrá dejar de usarlas durante».
Incluso, no ha faltado quien me pregunté si no extraño fumar mota o beber alcohol.
Y la verdad, no. Tanto el uno como el otro eran algo recreativo, no rutinario (aunque a alguien que me vino a escribir groserías a mi blog le hayan contado otra cosa y digo contado, pues fácil tiene más de 3 años que no nos vemos ni convivimos).
Era Noviembre del 2015, Anuar y yo estábamos en el último día del Corona Capital frente a la rueda de la fortuna, platicábamos de muchas cosas, algo que nos ha mantenido unidos y que creo que nuestro verdadero secreto como pareja son esas platicas existenciales que tenemos nada más él y yo, donde compartimos nuestra visión del mundo, nos preguntamos cosas, reflexionamos, no llegamos a nada, etc. Lo hacemos muy seguido con drogas y sin ellas. En esta plática, en particular, salió a relucir el asunto de tener un hijo. De que significaría en nuestra vida, que cambiaría, que no nos gustaría que cambiara, etc. Al final, decidimos que si queríamos. Y ahí frente a la rueda de la fortuna, rodeados de un montón de gente que iba y venía decidimos que en el 2016 íbamos a hacer dos cosas: casarnos y tener un hijo.
Así es que el resto del año y el inicio del 2016, hicimos un esfuerzo consciente por prepara nuestros cuerpos para ello: comíamos menos carne y muchas más verduras y frutas, andábamos más en bici, empezamos a ir al pilates, fuimos con mi ginecólogo a platicarle para que nos diera consejos y vitaminas, empecé a tomar ácido folico, etc. Pero mes tras mes me seguía bajando. Por ahí de abril decidimos no estresarnos y enfocarnos en nuestras bodas en Mayo. Y funcionó.
Antes de eso, solamente consumía «dragón Verde» si andaba en mis días o una semana posterior a estos.
Después de nuestras bodas, algo muy curioso me pasó: empecé a rechazar el alcohol.
No se me antojaba nada y lo empecé a relacionar con que mi cuerpo ya no admitía ciertas sustancias, me pareció bien y empecé una adicción con el agua de coco. Incluso cuando iba al Bukowski primero pasábamos al oxxo por mi agua de coco.
Después un 4 de julio nos enteramos que estaba embarazada. Me sentí muy tranquila de que mi cuerpo hubiera rechazado durante esos días el alcohol de forma natural o de seguro no podría dormir imaginando lo que el alcohol le podría hacer al bebé en el primer trimestre.
Después leí sobre mujeres embarazadas que consumían marihuana para luchar contra las nauseas matutinas (a mí me fue muy mal con eso el primer trimestre) y también oímos Podcasts científicos al respecto y lo platicamos con amigos doctores, pero a pesar de que no hay evidencia de que la marihuana sea un peligro para un bebé, nosotros no le vemos sentido a arriesgarnos. Por muchas razones.
La primera es que creemos que nuestro bebé es un ser humano. ¿Suena obvio no? Pero no lo es tanto, al estar dentro de mí, al tener claro que al nacer vamos a girar en torno a su existencia, creemos que es fácil olvidar que es un ser humano per se, no una extensión de nosotros. Y que si bien influiremos mucho en la persona en la que se convertirá, también tendrá la libertad de decidir lo que aumenta o no a su personalidad, como todos lo hemos hecho. Así es que no podemos darle Mota desde el vientre nomás porque a nosotros nos parece inocua, de hecho, si pudiéramos, evitaríamos que la probará hasta después de los 21 (que es cuando se hace la última poda neuronal en el cerebro humano). De igual forma que no vamos a restringirle la carne, solo porque nosotros nos estamos volviendo vegetarianos…
La segunda razón es que no lo necesito. Durante estos 8 meses (¡que rápido pasa el tiempo cuando te diviertes!) me he dado cuenta que puedo vivir tranquilamente sin alcohol (de hecho, estoy pensando seriamente seguir así después del parto) y sin otras sustancias. Nunca tuve síndrome de abstinencia porque nunca he sido adicta.
¿Saben a que si soy adicta y cuáles son mis verdaderas drogas?
El café y La azúcar.
Viniendo de una familia de diabéticos, el azúcar de verdad me puede matar. Y ese si ha sido una gran lucha en mi embarazo.
Cuando iba a la bariatra y de verdad deje de consumirla me di cuenta de lo que hace a mi cuerpo. Pase días en total depresión y súper grinch por no poder consumirla. Y cuando la volvía a consumir me dolía la cabeza, tenía taquicardias y se desencadenaba una especie de monstruo: empezaba tomándome una coca y enseguida quería unas papas, uñas galletas, helado, chocolates, garnachas, etc. todo, todo lo que no es sano.
Entendí que si me hacía eso a mí, era casi un crimen hacérselo a un niño. Darle dulces y refrescos como si nada.
Y tampoco digo que jamás, porque vivimos en un mundo en donde hasta la salsa para spaguetti tiene azúcar, pero si tratar de reducirlo al máximo…
Así es que siento como si me estuviera inyectando heroína cada que me tomo una coca y en este último trimestre donde el bebé ya patea cuando le doy comida (cuando yo cómo) es peor, porque si se pone muy inquiete.
Igual con el café, se me antoja tanto, pero imagino su corazoncito acelerado.
Y de verdad, está si ha sido una lucha, no solo por lo que directamente me imagino que le produce al bebé, me checo seguido mi glucosa en casa (tengo un glucometro) y en el hospital me hacen análisis cada mes, mi peso está perfecto, incluso podría aumentar tres kilos más en estos últimos dos meses y seguiría perfecta, pero no quiero jugarle al vergas, pues quiero un parto vaginal y no quiero que me pongan de pretexto «tu bebé es muy grande» para hacerme una cesárea, además de que ya se está empezando a poner pesado esto de cargar bebé y bubis, no quiero aumentar 3 kilos más.
Pero admito que es muy difícil, no creo que tenga nada que ver con el sexo del bebé. Siempre he sido así y más durante los días con rush de hormonas, como cuando me baja. Y ahorita que soy básicamente un cóctel de hormonas batallo tanto para controlar estos antojos.
Y puede que para muchos sea como «ay no es para tanto o no es tan difícil», pero para mí, realmente lo es. No ponerme grumpy cuando el marido me niega un postre o dejar pasar el antojo de tomarme dos litros de coca.
Tampoco voy a decir que no he consumido nada de azúcar, pero si tratamos de que sea natural (fruta por ejemplo) y de no excedernos en el día.
Ahora me doy cuenta, que aunque siempre lo digo de juego, de verdad soy adicta a la azúcar. Y que es algo bien grave (porque diabetes) y que debo buscar la manera (aún después del parto) de lidiar con esta adicción 🙁
Que aparte y para terminarla de joder es súper aceptada en nuestra cultura (ya los vi viéndome feo y diciéndome amargada por no darle refresco a mi cría hasta después de los 4 años ¿y los dulces, y el pastel y el helado? ¿Que tipo de infancia es esa? )
Supongo que en estos casos, solo puedes aceptar que tienes un problema y reducir el consumo.
Y tratar de enseñar con el ejemplo, no dándole el estatus de «premio» a la comida azucarada. Aiñ T_T
¿Cuál es adicción real?
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