Envejeciendo
Cuando tienes 33 años, muchos de tus amigos van entrando a los 30 e incluso a los 40. No es raro que piensen que estas subiendo al #trendelmame cuando dices que «estas envejeciendo». Sin embargo, no es más que ser realista, justo ahora, soy menos joven de lo que era ayer al momento de […]
- by
- Mamá gato
Cuando tienes 33 años, muchos de tus amigos van entrando a los 30 e incluso a los 40. No es raro que piensen que estas subiendo al #trendelmame cuando dices que «estas envejeciendo». Sin embargo, no es más que ser realista, justo ahora, soy menos joven de lo que era ayer al momento de irme a dormir, por mucho que lo niegue, incluso aunque me resista, no soy Benjamín Button. Según mi experiencia, resistirse a envejecer, aferrarse a seguir teniendo 20 solo trae frustración, enojo, decepción y te vas a sentir derrotado cada día.
Así es que darme cuenta y aceptar que estoy envejeciendo no es mi problema y no es el tema de este post.
El tema de este post son mis hábitos mientras envejezco.
En un curso de Karma que tome el año pasado, nos enseñaban que hay que cuidar nuestros hábitos, porque engendran karma, por ejemplo, si tengo el hábito de fumar, paulatinamente este hábito me traera problemas de salud y entonces puede que en el futuro me encuentro con alguna enfermedad como el cáncer, hay quien cree que algo así sería «karma negativo» en realidad, solo es una consecuencia. Sí siembras una semilla de naranja, por mucho que quieras, no va a crecer un árbol de aguacates. Los hábitos, esas cosas que despreciamos por ser monótonas y que creemos inocuas funcionan muchas veces como semillas.
No soy una persona que odie el ejercicio, pero la verdad, soy una persona floja, una de mis actividades favoritas es dormir y una de las cosas que me pueden poner de mal humor de forma instantánea es tener que levantarme temprano o que me despierten mientras duermo (estoy trabajando en ellas, lo prometo). Tampoco soy una persona obesa, pero si tiendo a subir de peso a la menor provocación, nunca he sido una bola -bueno en mi mente sí- pero conforme pasa el tiempo, bajar a mi peso es cada vez más y más difícil. Recientemente fui con una bariatra y cuando me faltaban unos 3 kilos para alcanzar mi peso ideal (54 kg) pasaron un montón de cosas (sobre todo, la vida adulta con los gastos de la casa y así) y tuve que dejar el tratamiento y de nuevo me empece a ir hacia arriba.
Un día, de regreso del trabajo, frente a mi caminaba una mujer, por su forma ligera de caminar, parecía una muchacha, usaba pantalones de mezclilla ajustados, era delgada y se le veían bien, una blusa floreada de manga larga, no tan ajustada pero tampoco muy floja, en conjunto, podías adivinar una silueta estilizada, bonita, sana. El cabello largo y parcialmente ondulado le llegaba a la mitad de la espalda y era totalmente blanco, lo primero que pensé fue que «el color le había quedado genial», pero luego ví sus manos y me dí cuenta de lo que ustedes ya deben estar pensando: no era una muchacha. A travesé la acera para poder adelantarme y mirar su cara, era una mujer muy adulta, de unos 70 años, muy blanca, de ojos verdes, su rostro, a pesar de tener arrugas, era hermoso, tenia un brillo rosado en las mejillas que ni las veinteañeras con todo su maquillaje (o tal vez por ello) tienen, el único maquillaje era rimel y delineador de ojos. Era hermosa, realmente hermosa, podías ver lo hermosa que había sido a sus veinte y lo hermosa que era ahora a sus 70.
Entonces pensé, en todas esas señoras de 60 e incluso de 50 años que ya están encorvadas, que usan andaderas o bastón, y en cómo solemos pensar: yo no quiero ser así de vieja.
¿Pero qué estás haciendo para no ser así?
Cuando tenía veinte, pensaba que los de treinta eran viejos. Ahora, pasó de los treinta y no me siento significativamente diferente. Sigo siendo yo, en el mismo cuerpo. El mismo cuerpo que ha sido tan buena onda conmigo y al que yo he maltratado tanto.
He tenido la oportunidad de convivir con monjas y monjes budistas, la mayoría son muy activos y sobre todo, muy lúcidos pasados sus 70 años.
Yo quiero eso.
Pero he estado sembrando las semillas equivocadas.
Estoy muy contenta de darme cuenta a tiempo, ahorita que estoy a la mitad de mi vida, suponiendo que mi karma sea vivir naturalmente más de 70 años y tener tiempo para cambiar mis hábitos.
Es hora de hacerle caso a mi cuerpo (el alcohol y la carne me entran cada vez menos) y de ayudarle a hacer su trabajo, ser un vehículo, una herramienta, para llevarme a mi muerte.
¿Suena contradictorio, no? Casi todos contestamos como justificación a un mal hábito «de algo me tengo que morir», no va a faltar quien te dé el ejemplo de fulanita que hacía ejercicio, yoga, era vegetariana, no fumaba ni tomaba y aún así se enfermo de cáncer y se murió…y de menganito que es un desmadre y anda vivito y coleando. Demasiados factores juegan a nuestro favor y en contra, incluyendo la genética y para los budistas, el karma de otras vidas.
Pero el destino para la gente sana y los que les vale su salud, es el mismo: la muerte. ¿Para qué cuidar un cuerpo que va a morir?
Porque el cuerpo es nuestro vehículo a esa muerte, incluso nos da la oportunidad de acercarnos al tipo de muerte que queremos ¿cómo queremos estar frente a ese trance? Y mientras morimos, el cuerpo es la herramienta con la que tocamos otras vidas y nos relacionamos con nosotros mismos.
Lo único que quiero es ser mi mejor versión, a esta edad (y a cualquiera) física y mentalmente. Así me dé cáncer como a todos, ahora estoy sana y en posesión de todas mis facultades mentales. Ya maltrate mucho a mi cuerpo, tal vez es hora de empezar a sembrar semillas para mi vejez.

Leave a comment