Pingüino
Como un animal del desierto, ella serpenteaba por las calles, persiguiendo la sombra. El calor se le colgaba del cuello, incomodo collar ardiente. Se quemaban sus hombros y su cabello rojo destellaba con los rayos directos del astro. Sabía la dirección hacia donde dirigirse, al menos 5 calles la llevaban directamente a su destino. […]
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- Mamá gato

Como un animal del desierto, ella serpenteaba por las calles, persiguiendo la sombra. El calor se le colgaba del cuello, incomodo collar ardiente. Se quemaban sus hombros y su cabello rojo destellaba con los rayos directos del astro.
Sabía la dirección hacia donde dirigirse, al menos 5 calles la llevaban directamente a su destino. Así son las ciudades pequeñas, a cada plaza, 4 calles la rodean. No pensó siquiera que camino tomar. Solo perseguía la sombra, como los gatos persiguen las mariposas invisibles.
Se detuvo para abonar dinero a su tarjeta de transporte público. Tras el cristal una malhumorada empleada, caliente por el clima pero fría y seca por dentro, le arrebato el billete de $50 pesos. Agradeció que las separara un grueso plástico transparente a modo de ventanilla, siempre ha pensado que tal artefacto, es para seguridad del cliente y no del vendedor. Así en ese momento, el plástico la mantenía a salvo del tufo del aliento a «vacío» de la vendedora que miraba insistentemente su reloj para correr a comer, de su sudor y la saliva seca que se acumulaba en la comisura de sus labios y que al menor descuido se proyectaba contra el «cristal».
Murmuro un gracias, sostuvo su mano a la altura de los ojos para enfocar su destino. A pocos metros, la alameda de la ciudad se derretía por el inclemente sol. Como en las carreteras, un espejismo inocuo brotaba del asfalto, como si humo invisible le opacara los ojos.
La sombra se había terminado. Se imagino nadando un rio de lava para llegar a su parada. Se imagino la lengua caliente del sol lamiendo obscenamente sus pechos, su cuello, sus hombros, marchitando su piel, robandole su color.
Tomo aire y salio de la sombra, en un impulso por caminar lo más pronto posible, fue atropellada por un pingüino.
-Disculpe usted- dijo el pingüino de plástico, fresco y sonriente.
-No se preocupe- comento ella, algo fastidiada por tener un obstáculo en su empresa.
-Hace calor- comento el pingüino, al mismo tiempo que se acomodaba la corbata y se inclinaba sobre la canastilla que empujaba, sacando un «congelado» color rojo-
-Mucho- respondió ella a la pregunta retorica, mientras rodeaba lentamente al animal de plástico y pensaba: claro, él es de plástico, ¿qué le hace el sol?.
-Del color de tu cabello, cortesía de la casa- dijo el animalejo, abriendo con unas tijeritas el bon ice, sabor cereza.
-Oh..gracias- una sincera sonrisa broto de su rostro y al llevarse el bon ice a la boca, una gota resbalo por sus labios, su barbilla y finalmente se estaciono en su pecho derecho.
Se mantuvieron en silencio un momento, observando la gota roja flotando en el escote, ella con temor a que ensuciara su blusa blanca si hacia un movimiento brusco, él, con temor a mirar tan directamente lo que se debe observar de reojo.
Finalmente, su dedo elimino la gota y el sol se bebio rapidamente las sobras.
-Gracias, señor pingüino.
-De nada.
Pasos veloces hacia la ruta 12. Y el hielo derritiéndose rápidamente en su garganta.
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