El segundo embarazo
Pues ya estoy a unas 8 semanas de parir a mi segundo hijo y les vengo a contar como ha sido esto del segundo embarazo.
Primero he de confesar que cuando platicamos ya enserio la posibilidad de aventarnos otro bebé antes de que C. tuviera dos años, algo dentro de mí dijo ¡Hell yeaaaah!, porque no tan secretamente, quería gestar de nuevo.
Mi primer embarazo fue maravilloso, a pesar del asunto del parto (que ya platicaré, antes de que llegué el otro, lo prometo), fue una etapa mágica para mí, aprendi más sobre mi cuerpo y mi mente en esas 39 semanas que en mis 34 años de vida, también aprendí sobre la sociedad, la cultura, la amistad, mi religión, el karma, las tribus, el empoderamiento femenino, la naturaleza, el amor, la familia, mi madre, mi papel como hija, el dolor con propósito… fue una etapa de grandes revelaciones, en las que yo era una diosa embarazada rodeada de atenciones, dedicada a absorber los secretos del universo 😛
Y pues, claro que quería volver a pasar por eso. Y aunque sabía que obviamente no iba a ser lo mismo, confiaba en que no fuera taaaaaan diferente y pues obtuve otros secretos del universo.
El primero, creo que es uno que ya había notado desde que me casé y es el de no permitir que tus experiencias estén limitadas por la visión que tiene la sociedad, cultura o personas de la misma. Es decir, permitirte vivir tu propia experiencia y definición de lo que es para ti el matrimonio, la vida en pareja, el amor, la maternidad, el parto, etc. Y por eso, quiero que quede claro, que vengo a chismearles como me ha ido, pero es MI experiencia, puede que se identifiquen con algo o mucho, pero definitivamente cada quien tiene una experiencia propia, de seguro es muy diferente un 2o embarazo cuando ya tienes un niño de más de 3 años o un adolescente, lo cual no necesariamente significa que sea más fácil o más difícil, porque supongo que así como habrá niñ@s de 3 años y adolescentes que se lo tomen muy bien, habrá otros que quieren tirar al hermanito por la ventana.
Entonces, en mi caso, el segundo embarazo ha sido: cansado. Cansadísimo.
Ya no soy la diosa embarazada amigues, ahora soy la mamá de un bebé de año y medio que está pasando por su etapa total y absolutamente normal de mamitis. Que aunque ya camina y de hecho, no le gusta que le demos la mano para hacerlo, hay días que no quiere otra cosa más que lo traiga en brazos y aunque este al lado de su papá, exige que lo cargue yo y pues oigan, tengo una megapanza y un dolor de espalda baja permanente que no me permite hacerlo sin llorar unos 10 minutos. Igual que con el primer embarazo, ya para estas fechas, agacharme es una odisea, pero ahora o me agacho a recoger uno que otro juguete o me parto la cara por pisarlos (que ya he estado a punto varias veces).
Muero de agruras sin importar que coma super sano y que me empaque todos los días mi riopan y unas tums. Tengo cerebro de mamá por dos, osea, he intentado escribir este post unas tres veces fácil y siempre pierdo el hilo, trabajar requiere que alejen a C. de mí, que pueda estar en silencio y encerrada en un cuarto y que por lo menos tenga dos horas para hacerlo, porque me tardo un montón en arrancar y en ordenar mis ideas y cualquier ruido que me distraiga, pues ya, se me fue la onda para siempre. El otro día tarde fácil 20 minutos en entender un párrafo de un articulo y por un momento, pensé que enserio, ya se me había olvidado como leer; bueno, escribir, ni les cuento. Me siento tontaaaa tontaaaaa, super embotada. Estoy intentando volver a leer, escribir, jugar videojuegos, meditar, para mejorar mi concentración. Spoiler: no va muy bien.
¿Ya dije que me siento cansadisíma, verdad? Y es que cuando era una diosa embarazada con mi corona de flores y mi panza sin estrias, dormía todo lo que quería, TODO lo que quería, sobre todo el primer y ultimo mes. Y sí, batallaba para dormir, mucho, vagaba por la casa en las madrugadas, ví un montón de series en mis desvelos, dedique horas a ver al marido dormir a mi lado, pero si por las mañana o la tarde me regresaba el sueño, me podía dormir. Pero ahora ya soy mamá y bien se sabe que las mamás duermen poco en su ambiente natural, ahora imagínense embarazada de 34 semanas y lactando.
C. ya lacta menos, la verdad, guardaba la esperanza de que al ir fluctuando el sabor de la leche (por las hormonas para el nuevo bebé) se destetara solito, pero pues nada, al contrario; normalmente ya solo me pedía pecho recién se despertaba y se desmodorraba, luego a medio día para tomar su siesta y ya hasta la noche para dormir, durante la noche se despierta una o dos veces y me pide para arrullarse, pero por ejemplo, si la siesta o la noche nos agarraba en el carro o si al despertarse nos levantamos luego luego a ofrecerle el desayuno, deja pasar la toma, ya no la exige. Pues durante el 6o mes de embarazo más o menos, se despertaba super seguido en la noche y aunque se quedará dormido no me soltaba, la espalda me mataba de estar en la misma posición, además empezó a morderme, a veces por accidente, pero otras veces con toda la intención, y yo con los pezones todos sensibles por el embarazo, ya empezaba a sentirme como al principio de la lactancia con los pezones todos rozados, ahora con las mordidas, empezaba a alucinar el momento en que me pidiera teta. Además le decía que no, le explicaba y él lo hacia igual, lo quitaba y le negaba y era una de llorar, estábamos de malas los dos. Así es que ya tampoco dormía por miedo a las mordidas. Y claro, imposible dormir por las mañanas, porque el marido se iba a trabajar y duerma de corrido o no, C. se despierta a las 8 am todos los días. A veces durante el día podía escaparme para una siesta, pero lo escuchaba hacerle el drama a su papá, el esposo diciéndome que tratara de mantenerme «imperturbable» para que no lo siguiera haciendo y yo pensando: te voa dar una patada en los huevos cada que me muerda a ver si puedes mantener imperturbable.
En fin, la falta de descanso, un bebé siendo bebé y demandando toda la atención, el esposo trabajando día y noche y pues también estresado, la panza ya enorme que me sofocaba para dormir y que cuando por fin podía dormir, me despertaban las mordidas o de plano, querer levantarse a las 3am a comer o a jugar y hacer mega berrinches por no dejarlo, la casa hecha un desmadre la mayor parte del tiempo porque ni el marido ni yo teníamos chance de hacer algo y terminarlo, fue algo parecido a un pequeño torbellino que va creciendo y agarrando cada vez ideas más y más oscuras: ¿me habré equivocado en tomar esta decisión? ¿soy mala mamá por no poder estar al 100% con C. que me necesita tanto ahora? ¿como voy a lograrlo después con dos bebés? ¿por que aún con ayuda siento que no puedo? ¿va a ser así para siempre?. Me empecé a comparar: ¿como otras trabajan hasta embarazadas y aparte atienden otros hijos y la casa? ¿por qué para otras se ve tan sencillo? Empecé a anidar culpa incluso para el nuevo bebé: ¿por qué no me puedo conectar igual? ¿va a resentir que no le dedique ahora tanto tiempo como lo hacia con C.? ¿Me va a querer? ¿Cuando nazca va a ser igual de difícil ponerle atención? Se me olvidó el secreto uno y empecé integrar experiencias negativas de otras personas: ¿debí esperar más como fulanita me dijo?, ¿debí regresar a trabajar fuera de casa?…
Y así me la pase entretejiendo esas ideas oscuras, sin hablarlas con nadie, porque me parecían tontas, porque no quería preocupar al marido, porque estaba segura que lo podía resolver sola. Hasta que un lunes, ya estaba muy mal. Me acuerdo que fue lunes porque son los días que vamos al Centro Budista a nuestro curso, el cual curiosamente, este año habla sobre las emociones. Todo el día me la pase muy mal y cuando llego la hora de irnos, el esposo me preguntó si de verdad quería ir, que si no tenía ganas podíamos quedarnos. Pero yo sabía, recordaba, que cuando peor estás es precisamente cuando necesitas tomar refugio en el buda, el dharma (las enseñanzas) y la sangha (tu comunidad espiritual) y pues le dije que fueramos.
Fue maravilloso.
Venerable Damcho habló en esa clase sobre la forma en que vemos a veces los malos momentos, las malas situaciones, como algo «sólido», cuando en realidad son impermanentes, bueno, dijo más cosas que me ayudaron a aclarar mi mente y que cuando al final de la plática nuestra facilitadora me preguntó mi opinión sobre la plática, acabe llorando y contándoles a todos lo mal que la estaba pasando por culpa de mi poco discernimiento. Y claro, que no obtuve más que contención y cariño y consejos maravillosos. Y aunque al otro día me moría de la pena de pensar que había hecho un dramón, la verdad es que entendí la importancia de contar con este tipo de lugares, en donde uno puede de verdad, confiar y apoyarse en otros sin temor a ser juzgado. Se reavivo mi deseo de volverme «eso», un refugio para otros y de seguir desactivando las trampas que mis emociones perturbadas me ponen.
Semanas después, leyendo el libro «El cerebro del niño», aprendí que es importante contar «historias» de como te sientes o de algún evento que te asusto o te hizo sentir mal, para que tu cerebro (tanto el racional como el reptiliano) puedan integrar la experiencia y sobrepasarla permitiéndote retomar la lógica por encima del fatalismo.
Secretos del universo.
Desde entonces, todo ha ido bien. Sigo bien cansada, pero las vacaciones del esposo me ayudaron a recargar algo la pila, estamos más organizados y él se esta encargando de C. por las mañanas antes de irse a dar clases, lo cual me permite una o dos horas para recuperar un poco de sueño. Cedric también esta más estable, estamos aprendiendo mucho sobre su cerebro y las emociones, mi mamá esta viniendo a casa una vez a la semana a ayudarme a medio recoger, aunque muchas veces le pido que no haga nada y que se dedique a ponerle toda la atención a C. mientras yo duermo un poco o trabajo, la verdad, aveces limpiamos antes de que venga jajajajaa porque nos da pena que de verdad tenga que recoger nuestro relajo, algo bonito de este depa es que si lo dejas dos días sin limpiar parece que viven 20 gatos y 6 niños ahí, pero basta aplicarse media hora a pasar el moop o la aspiradora y a recoger trastes de la barra y se ve muy limpio de nuevo.
Estoy pasando estas ultimas semanas, reconectando con el bebé, hablándole, preparándonos para el parto (repasando apuntes, leyendo testimonios de partos vaginales después de cesarea, trabajando con mis miedos y ansiedades), intentando conectarlo con C. que claro que no entiende muy bien que está pasando, empezando a hacer el nido organizando su cuarto, comprando ropa, emocionándome de volver a tener un bebé chiquito, haciendo mi tribu pequeñita pero solida.
Dejando ir la idea de la diosa embarazada, acordándome que ahora soy mamá, disfrutando nuestras últimas semanas de ser tres.
Sigo teniendo días más cansados que otros, me sigo poniendo de malas, peroooooo ya no me aviento una semana así ni le hecho más mugre mental. Se acaba el mal día y empezamos de nuevo. Como todo, como siempre.
Es un nuevo proceso que no sabía que necesitaba hacer: no convertir mis emociones perturbadoras en enojo y cerrarme. Ya voy a aprender a pedir abrazos, a hablar con amigas, a buscar refugio, a hablarme a mi misma, porque no quiero que los niños aprendan esto, como yo lo aprendí. Ser mamá es una terapia muy ruda oigan, te enfrentas a tus malos hábitos emocionales, mentales y físicos y pues yo estoy aprendiendo mucho de mi infancia, como que precisamente nunca pedía contención o mucha atención porque mis papás estaban muy ocupados con mi hermano enfermo, ser «buena» era la mejor forma de recibir cariño y ser buena era sinónimo de «no dar lata» en todos los sentidos. Y pues eso se torció y aquí estamos treinta y tantos años después aprendiendo a pedir y aceptar contención y ayuda. Y aprendiendo a dar lo mismo.
En fin, secretos del universo, amigues.
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